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No puedo con la vida...

Hablar de uno mismo

Está mal que yo lo diga pero resulta extraordinariamente mortificante que una prometedora conversación se vaya al traste por la irrupción deliberada de la egolatría. Nuestra lección protocolaria de hoy versa sobre qué no debe hacer nunca un gran conversador.

En honor a la verdad, tengo amigos escandalosamente egocéntricos que son unos parlanchines de lo más entrentenido. Y quien me conozca sabe que ni tengo el verbo fácil ni la modestia se cuenta entre mis virtudes. No pretendo postular, por tanto, que los egomaníacos sean necesariamente un soberano pelmazo ni lo contrario.

Pero existe una clase especial de pedantuelo que me irrita. El que abruma a la concurrencia con una pormenorizada descripción de su propio carácter. Sirva como ejemplo:

-Y allí estábamos Pepita y yo una hora antes de la boda. La miré a los ojos y la dije: ¿Te das cuenta Pepita, de que es la última vez que te vas a pintar las uñas de soltera? Y nos echamos a llorar como dos tontas. Es que yo soy superemotiva.

Por el contrario, el buen conversador, cuando se enfrenta con su propia naturaleza, no puede describirse honestamente sin recurrir a la caricatura. Siempre sonrío cuando recuerdo estas palabras del genial arquitecto:

-Menudo plantón que me has dado. Menos mal que tengo un corazón de oro fino. No olvides mencionar este asunto en mi proceso de beatificación.

Holden Caulfield.

1 comentario

nrike -

q arquitecto?
pura curiosidad.. si se me deja