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No puedo con la vida...

Me falta tanto glamour...

Un plan de fresas y champagne.

Hace un par de semanas me invitaron a una fiesta en un elegante ático de la capital. Era un edificio de principios de siglo pero el interior estaba decorado con gusto minimalista. La luz era ideal, lo inundaba todo. Odio esos tugurios infectos donde la masa se aglutina putrefacta. La música, impredecible, jugaba con las conversaciones de la heterogénea concurrencia: diseñadores, creadores, directoras de cine, filólogos, humanistas, aristócratas varios y meretrices. Fue en este parnaso irrepetible donde mantuve una agradable conversación con un joven doctorando muy prometedor que alabó la velada por sus aires foráneos, nada propios del entorno cañí. Le recordaba, decía, a Oxford, donde según contaba no hay nada como un plan de fresas y champagne.

Y ahí es cuando yo, tornero-fresador, y mi parienta, auxiliar administrativo, nos descubrimos, ajenos a nuestras "idiosincrasias", dando palique a un pedante de tomo y lomo y, sobre todo, desdichados porque no teníamos a quien decirle que lo mejor, lo que nunca falla, es un carburador Weber de doble cuerpo pa que no se te vaya la junta la trócola. Y yo, por tener la fiesta en paz, le puse careto de idiota y le dije: "Yo, lo que es a las fresas, no soy muy aficionado pero el champán sí que lo he probado alguna vez en casa de mis suegros, que el del Champion no sale tan malo".

Holden Caulfield y Penélope Glamour.